Explicar la situación política en Honduras necesitaría de cientos de entradas en este blog, así que trataré de hacer un resumen en sólo unas líneas apto para principiantes en el tema, como yo lo era cuando llegué a este país. Por aquel entonces, la única referencia que tenía era el golpe de estado que en 2009 acabó -se decía- con el presidente Manuel 'Mel' Zelaya saliendo de su casa en pijama y pantuflas rodeado de militares, y que consiguió colocar Honduras en las portadas de los medios de comunicación de todo el mundo.
Se dice, se comenta, que Mel quería hacer una consulta para modificar la Constitución con el objetivo de quedarse de por vida en el poder. Algo así como un Hugo Chávez catracho. Asi que parte del país se revolucionó, y el hombre tuvo que salir por patas, primero a Costa Rica, después a refugio en la embajada de Brasil en Tegucigalpa, y finalmente exiliado en la República Dominicana, donde ha vivido desde entonces en una mansión de ensueño con su familia en calidad de 'huésped distinguido'.
Me cuentan quienes lo vivieron que aquellos días posteriores al golpe fueron muy intensos y llenos de incertidumbre. Se creó un gobierno de facto y se decretó toque de queda, por el que no se podía circular por la calle a partir de media tarde. Hubo detenciones, asesinatos y todo tipo de violaciones de derechos humanos durante aquellos días en los que el país permaneció en una especie de limbo a la espera de saber qué ocurría con su futuro.
Lo peor es que desde entonces, la población de Honduras ha vivido partida en dos, con una grieta cada vez mas grande y que separa a quienes se consideran 'golpistas' y 'golpeados' (detractores y seguidores de Zelaya). De nada sirvió la convocatoria de elecciones que dieron por ganador al actual presidente, Porfirio 'Pepe' Lobo, del Partido Nacional (opositor del Partido Liberal de Mel).
Y no nos engañemos, tampoco es que Zelaya fuera un presidente ejemplar (se le acusa de delitos de corrupción por haberse apropiado, supuestamente, de más de dos millones de euros durante su mandato), pero lo cierto es que el modo salvaje en que fue retirado del poder en pleno siglo XXI le convirtió en una especie de mártir para muchos que hoy le defienden a capa y espada.
Y así han pasado los meses, pero el odio y el rencor siguen presentes. Desde mi llegada, no ha habido una semana en la que no se haya celebrado alguna manifestación en las calles. A veces parecía que el motivo era lo de menos: por evitar la privatización de la educación, por la subida del precio del carburante... Lo cierto es que muchas veces se acababan convirtiendo en batallas campales entre seguidores de uno y otro bando. Y entre muchas reivindicaciones, los seguidores de Zelaya decían que hasta que su presidente no pudiera volver a Honduras, la grieta en el país seguiría creciendo cada vez más.
Bueno, pues... resulta que ese día llegó. La Corte Suprema anuló los juicios pendientes contra Mel (increíble...). Al Gobierno, también, le interesaba que Zelaya pudiera volver. Por un lado, por intentar mostrar una aparente normalidad política de cara al exterior tras tantos meses convulsos, y por otro, para poder reingresar en la Organización de Estados Américanos que tantos privilegios (y económicos) le suponen.
Así pues, sin miedo a que le metieran en chirona, Mel regresó a Tegucigalpa el pasado día 28. Aunque había algunas voces que apuntaban a que podría haber incidentes a su llegada al aeropuerto, lo cierto es que su recibimiento fue una auténtica fiesta para los miles de seguidores que le esperaban. Vítores, gritos, banderas y mucha emoción en un día inolvidable para Honduras. Mel no dejó muy claro cuál sería su futuro -político, o no- a partir de ahora, pero eso era lo de menos. La gente lloraba de emoción por escribir una página histórica para el país y que se consideró como un símbolo para iniciar, de una vez por todas, la llamada y esperada "reconciliación nacional".
Ojalá sea así, porque en un país considerado como el segundo más pobre de América Latina, con funcionarios y polícias corruptos por todos lados, y en el que cada día muere un niño de forma violenta, lo que hace falta es que su población sea capaz de olvidar diferencias para ponerse de acuerdo en los temas que de verdad importan y que puedan sacar del hoyo en que se encuentran un país tan bello y con tantas posibilidades como éste. Tiempo al tiempo. De momento, aquí van algunas fotos de esa esperada llegada de Mel al aeropuerto de Tegucigalpa:
miércoles, 15 de junio de 2011
sábado, 28 de mayo de 2011
“Las reglas de la mara me obligaban a matar a mi marido cuando él quiso abandonar la pandilla”
Afirmaciones así de contundentes escuché durante la charla que mantuve hace unas semanas con dos ex miembros de pandillas o ‘maras’, los grupos delictivos responsables de buena parte de los crímenes que cada día se registran en Honduras. Una realidad más que palpable en el país y sobre la que lees a diario en los periódicos, pero que pese a todo, te resulta tan lejana como desconocida.
Unos minutos con Brenda y Óscar fueron suficientes para abrirme los ojos y descubrir un mundo cruel, absolutamente organizado y reglamentado, y al alcance de cualquier chaval mínimamente vulnerable y sin las cosas claras en la vida. Las maras están ahí, a la vuelta de la esquina, esperando nuevos adeptos con sus garras abiertas.
Pese a que algunas malas (y envidiosas) lenguas insisten en que no pego palo al agua y mi estancia en el país se reduce a fiestas y viajes, hace unos días entrevisté a varias personas beneficiarias de uno de nuestros proyectos que intenta reintegrar en la sociedad a antiguos pandilleros y pandilleras. La clave está en que les ayudamos a, después de un acompañamiento formativo y psicológico, borrar con láser los numerosos tatuajes que llevan sobre la piel.
Y no, no es cuestión de mera coquetería, ni mucho menos, el que se quieran borrar esas marcas. La realidad es que los tatuajes en Honduras son puros estigmas para quienes los llevan: al verlos, todo el mundo los identifica como mareros y personas violentas -aunque ya no estén dentro del grupo- por lo que encontrar un trabajo o llevar una vida medio normal puede convertirse en algo realmente difícil.
Lo primero que me sorprendió al reunirme con Brenda y Óscar fue que su apariencia física no se correspondía en absoluto a la imagen que esperaba encontrarme de unos mareros. Ella es extremadamente tímida, dulce, reservada. A él jamás le vincularías con un entorno violento si le encontrarás por la calle. Si me apuras, pensarías que es el típico ‘pardillo’ del barrio… Pero empezar a escuchar sus experiencias te ubica en su realidad, una muy dura realidad por la que pasaron hace muy poco.
Mientras charlamos, sus hijos corretean por nuestro alrededor. La casa en la que viven en la colonia Nueva Jerusalén -una de las consideradas ‘zonas calientes’ por la policía- es poco más que una chabola prefabricada con placas y trozos de madera, sin cubrir en absoluto las necesidades básicas, pero a ellos se les ve felices. Me gusta salir fuera de la oficina y hablar con la gente, porque esta realidad –también, y desafortunadamente- es la que forma parte de este país.
Su historia bien podría formar parte del guión de una película. Los dos se conocieron y empezaron a salir juntos, pero sin saber uno del otro que ambos estaban metidos en la Mara 18, una de las más peligrosas de Honduras junto a la Mara Salvatrucha (MS). Casualidades de la vida, tiempo después descubrieron que los dos estaban dentro de la misma mierda.
Óscar me cuenta que, con el tiempo, llegó a convertirse en uno de los líderes de la mara en su área, y yo no dejo de sorprenderme. Les pregunto por qué se integraron en la pandilla, y los dos coinciden al señalar que vienen de familias totalmente desestructuradas, en las que no encontraban amor sino todo lo contrario, y que fue ello lo que les llevó a salir a la calle a buscar lo que no encontraban en su propio hogar. Para ellos, la mara era su propia familia.
Es complicado preguntarles por su actividad dentro de la pandilla. A veces responden con evasivas, y otras veces no me dicen toda la verdad, como cuando le pregunto a Brenda por el papel de las mujeres en el grupo. Ella me cuenta que apenas varía con respecto al de los hombres, que cometen el mismo tipo de delitos y que sus roles no son muy distintos. La realidad, sin embargo, es que las mareras suelen convertirse en puros objetos sexuales para el disfrute de los hombres ‘por turnos’. Eso, a no ser que tengas ‘la suerte’ de ser la novia de uno de los líderes de la mara, en cuyo caso tu dedicación a él pasa a ser exclusiva.
Pese a todo, durante la charla van dejando caer, como si tal cosa, algunos de los delitos cometidos durante su pertenencia a la mara. Empezaron con robos y palizas, y acabaron con narcotráfico e incluso homicidios. Les observo mientras lo recuerdan, y veo que su rostro y expresión apenas varía. Óscar, sin embargo, asegura estar muy arrepentido. “Pero, por desgracia, ya no hay vuelta atrás”, dice.
La fe religiosa y una especie de ‘llamada divina’ es lo que suele empujar a la mayoría de mareros a abandonar la pandilla. También lo fue en el caso de Óscar, y en aquel momento, los que habían sido su familia durante varios años se convirtieron en sus peores enemigos. Me asegura que tuvo que soportar palizas por parte de sus ex compañeros durante más de siete horas. Según él, todo formaba “parte del proceso”.
Pero aún me quedaba algo más asombroso por escuchar. Brenda recuerda que cuando su marido decidió abandonar el grupo, las reglas de la mara le obligaban a matarlo. “Lo intenté varias veces, pero no pude”. “¿Perdón?”, le pregunté. No me creía lo que acababa de escuchar. Y me lo confirma. Y su rostro sigue sin mostrar apenas variación mientras me cuenta por qué no fue capaz de sumar una víctima a su listado y desobedecer las reglas de la pandilla. “Ya por entonces teníamos un hijo, ¿cómo iba a matarlo?”.
Hoy, su “nueva vida”, como ellos mismos la llaman, no tiene nada que ver con todo aquello. Ambos ayudan a otros jóvenes que pueden estar en la situación que ellos estuvieron o planteándose entrar a formar parte de una mara. Óscar acude a centros e institutos para hablar con los chavales y abrirles los ojos sobre la cruda realidad que ello supone, porque como él dice, “entrar es muy fácil, pero no tanto salir”.
martes, 10 de mayo de 2011
Yo también fui un 'superviviente' en Cayos Cochinos...
Si alguna vez habéis soñado con la típica imagen de una isla diminuta, casi desierta, rodeada de palmeras, arena blanca y un mar azul cristalino... dejad de soñar porque esa imagen existe. Se llama Cayos Cochinos, y yo estuve allí hace unos días.
Cayos Cochinos son un grupo pequeñas islas que se encuentran en el Caribe, al norte de Honduras. Algunas de ellas no son más que islotes y otras son privadas porque son propiedad de algún muchimillonario, pero muchas están abiertas al público y te permiten sentirte por unos días fuera de toda realidad, perdido en un rinconcito del mundo sin contacto con nada ni con nadie. Una sensación increíble. El paraíso.
Para llegar, viajamos en avión hacia La Ceiba, en la costa norte. Fue mi primera experiencia en unas de las que llaman 'avionetas' pequeñas para viajar dentro del país, y que por lo que cuentan, los trayectos suelen ser propios de 'Aterriza como puedas' y acompañados de gritos e histerias por las turbulencias que suelen acompañar siempre al viaje. No fue el caso. Tanto, que me quedé dormido casi antes de despegar.
Nos acercamos entonces en coche hasta Sambo Creek, donde nos esperaba una lancha que en menos de una hora nos acercaría hasta Cayos. Ese viaje ya es increíble, por ir viendo cómo las aguas se vuelven azul turquesa a medida que te alejas de la costa y por ir divisando a lo lejos las pequeñas islas desiertas que aparecen de repente en medio de la nada. Y así, boquiabiertos por el espectáculo de la naturaleza, llegamos a Cayo Menor.
En esta isla se encuentra el centro de bienvenida a visitantes y una estación de investigación científica, donde nos dieron una charla sobre la diversidad de animales y plantas que podíamos encontrar en las islas. Y justo al salir, nos encontramos con esto:
Era el montaje de una de las pruebas del programa 'Supervivientes' y que, casualmente, comenzaba 4 días después. Nos hizo bastante gracia que por TV nos vendan la imagen de que están absolutamente solos en una isla desierta, y que este tinglado estuviese colocado a escasos 100 metros del centro de visitantes, por el que pasa toda persona que llega a la isla y puede ver perfectamente a los 'famosos' concursantes del programa.
El concurso era el tema de conversación principal en la isla. El conductor de la lancha nos dijo que hacía sólo unos días que había terminado la emisión de la versión italiana del programa, y que aunque al principio a los habitantes de las islas no les hacía mucha gracia la idea de que les "invadieran" su tierra durante unos meses (mientras dura la grabación no pueden acercarse a la zona donde están los famosos, ni pescar por los alrededores) pronto entendieron que el concurso dejaba mucho dinero y beneficios para Cayos Cochinos (Tele5 paga una buena cantidad a la Fundación que gestiona las islas por grabar allí, dan trabajo a cientos de personas locales, etc.). Entre las anécdotas que nos contó, nos hizo gracia la de un pescador que dejó la barca cerca de la zona de grabación, y cuando volvió a ella, los famosos la habían asaltado y le habían robado toda la comida. En fin, eso también es sobrevivir...
La lancha nos llevó a un pequeño islote en el que sólo había un pescador limpiando peces. Nos dejaron unas gafas con tubo para hacer snorkel, y ahí que nos zambullimos en esas aguas transparentes para ver los tesoros que rodean las islas. No en vano, allí se encuentra la segunda barrera de coral más grande del mundo (la primera está al norte de Australia). Y lo cierto es que nadar a escasos centímetros de todos esos corales, de los peces con los colores más brillantes y llamativos, o de incluso calamares... te da una sensación increíble.
Después seguimos navegando y viendo otras islas, hasta llegar a una en la que nos adentramos un poco entre la vegetación para ver una de las especies más características de Cayos y más estudiada: la boa rosada. La verdad es que cuesta diferenciarla de la propia rama del árbol, porque parece que se ajusta a ella como un camaleón.
A la hora del almuerzo llegamos a Chachahuate I, una de las islas más grandes y en las que habitan mayor número de personas. Todas ellas son de raza garífuna, un grupo étnico de origen africano y presente en muchos países caribeños desde que hace unos cuatro siglos, un barco español con esclavos negros a bordo naufragó y los supervivientes que llegaron a tierra se asentaron en esta zona con su propia cultura, lengua, etc.
Las decenas de personas que viven en la isla se vuelcan con los turistas que llegan, así que nos sentimos como en casa en todo momento. Charlando con ellos, nos enteramos de curiosas tradiciones como la que siguen a la hora de impartir justicia: si una persona comete un delito como robar a un extranjero, una especie de 'comité de sabios' elegidos democráticamente decide "desterrarle" como castigo a Nueva Armenia, una ciudad de la costa, durante un número determinado de meses o años (dependiendo de la gravedad del delito).
Para dormir, nos alojamos en unas cabañas de madera gestionadas por la comunidad con las necesidades básicas: un baño era único para toda la isla, el agua hay que ir a buscarla a un bidón, la corriente eléctrica se apagaba a las 10 de la noche... También la comunidad se encarga de gestionar el pequeño restaurante, en el que la variedad de platos no es que sea demasiado grande, pero sí son sabrosos: sopa de pescado fresco, frijoles y tortillas, o incluso marisco de encargo.
Caminando por el agua llegamos también a la isla vecina, Chachahuate II, y en la que nos 'colamos' para disfrutar de su hamaca pese a saber que es propiedad privada de un cubano. El matrimonio que cuida la isla nos contó que allí también cuentan con cabañas para alojar a turistas, y más baratas que en la isla I, pero la verdad... como que prefiero que mi dinero se lo quede el pueblo garífuna, y no un ricachón cubano que tiene dinero incluso para comprarse su propia isla en el Caribe.
Y así, en este ambiente de relax absoluto, tomando el sol sobre la arena, jugando con los niños de la isla y buceando, pasé los 3 días más tranquilos que recuerdo y en el escenario natural más bello que, probablemente, haya conocido hasta la fecha. Pero estoy seguro de que este país aún me puede sorprender con más...
sábado, 30 de abril de 2011
...y de Guatepeor a Guatemala (y 2)
El lunes a la tarde fuimos caminando hasta San Juan, otro de los pueblos cercanos y en el que estuvimos dando una vuelta. Por la noche nos dejamos caer por algún bar lleno de guiris, y en el que no me pude resistir a comprar lo que nos ofrecían algunos niños y señoras que entraban en el local... Resultado: empacho de palomitas de maíz y pastel de chocolate a las 11 de la noche.
Al día siguiente montamos en una lancha para cruzar hasta Santiago. El mayor atractivo turístico del día, o así nos lo hicieron saber, era poder ver al Maximón. Este personaje con nombre de helado veraniego no es otro que una especie de santo/diablo muy venerado en Santiago y otras localidades chapinas de origen maya, y que casualidad, ese Martes Santo era visitado por una procesión de fieles que acuden a la cofradía a vestirle de cara a los días siguientes de Semana Santa y le llevan hojas de una planta concreta.
De vuelta a San Pedro, emprendimos uno de nuestros ya míticos viajes en bus de tropecientas horas para volver a Antigua y llegar a Ciudad de Guatemala por la noche. Nuestra experiencia en la capital no fue memorable... Salimos de la estación de buses sólo para encontrar un sitio en el que cenar algo, aunque todo el mundo nos advirtió que era peligroso. Dimos la vuelta a la manzana y no encontramos más que bares de mala muerte con borrachos en la barra, travestis en las aceras y coches corriendo de un lado para otro... Comimos lo primero que encontramos, y volvimos a la estación para emprender viaje nocturno hasta Flores.
En el viaje intentamos dormir, no sin antes escuchar las indicaciones del chófer: "Si necesitan hacer "UNO", pueden usar el baño del bus; si necesitan hacer DOS, por favor, avísenme y pararé en la carretera para que puedan bajar a hacerlo fuera"... Toma eufemismo escatológico!
Llegamos a Flores sobre las 6 de la mañana, y aún con legañas en los ojos, nos enfrentamos a un montón de conductores y taxistas que nos ofrecían llevanos a albergues o a Tikal. Después de resistirnos, a la media hora acabamos aceptando la oferta de uno de ellos... quien finalmente nos dejó tirados. En fin...
Al rato fuimos hasta las ruinas mayas de Tikal, un lugar impresionante que recorrimos gracias a la inestimable ayuda de nuestro guía Nectalín, o Naftalín, o Nectarina... nunca nos quedó muy claro su nombre. El caso es que recorrimos buena parte de sus piramides, conocimos su historia, escalamos a algunas de ellas, descubrimos que hay casi otras tantas por restaurar y rescatar bajo montañas de vegetación, y desafiamos a la gravedad subiendo por algunos lugares en los que, estoy convencido, tiene que haber muerto gente por la seguridad nula que existe...
A la noche dimos una vuelta por una zona que bautizamos como "El Paseo Marítimo" de Flores y que nos encantó porque, de nuevo, nos dimos cuenta de lo que echamos en falta andar con esa tranquilidad y junto al agua en Tegus... Y al día siguiente, viaje maratoniano de nuevo para recorrer medio país y llegar hasta Semuc Champey. Lo cierto es que el trayecto no se hizo nada largo, porque por el camino atravesamos zonas verdes, rodeados de árboles y casi selva por todos lados, y subiendo por carretera a tanta altura como para no atrevernos a mirar por la ventanilla y comprobar que estábamos rozando los barrancos con la rueda...
Pero el verdadero deporte de aventura llegó en Samuc, un enclave natural que fue probablemente la mejor parte de todo el viaje. Para empezar, nos alojamos en un lugar que reúne cabañas en plena naturaleza. Sin agua caliente, sin luz a partir de las 10 de la noche, rodeado de animales, a un paso del río e ideal para desconectar y volver a los orígenes...
Samuc te ofrece mil oportunidades. Nosotros optamos por tirarnos sobre un neumático por el río Cahabón, bañarnos en las pozas naturales de agua turquesa que surgen sobre el agua (Semuc Champey significa 'donde el río se hunde o desaparece') y meternos a explorar las impresionantes cuevas Las Marías, en las que una vela encendida en la mano te ayuda a desplazarte por su interior, nadar, y subir y bajar escalas de cuerda. Increíble.
Tras esta experiencia, la locura del viaje de vuelta nos lo tomamos con mucho mejor humor. Y menos mal, porque al estar en Sábado Santo, nos encontramos con que la mayoría de transportes que teníamos pensado utilizar no tenían ya plazas libres... Pero haciendo gala de un tremendo grado de adaptación al medio y a las dificultades, conseguimos dar con conexiones que nos llevaron a nuestro próximo destino: Copán Ruinas. Antes, 'sólo' tuvimos que pasar el sábado montando en la friolera de 8 autobuses y shuttles. Récord absoluto!
Copán Ruinas está ya en Honduras, a muy pocos kilómetros de la frontera. Nuestra idea era visitar sus termas naturales o sus ruinas mayas (mucho más pequeñas que las de Tikal, pero igualmente impresionantes). Pero teniendo en cuenta que ya era nuestro último día de viaje, decidimos relajarnos y dejar el plan turístico para otro fin de semana. En su lugar, nos fuimos a dar un masaje, cargamos pilas, y emprendimos el viaje de vuelta a Tegucigalpa mucho más relajados y con la maleta llena de regalos, fotos y anécdotas.
Nos quedó pendiente visitar Río Dulce, pero estoy seguro de que habrá más oportunidades de volver al país porque Guatemala engancha... y mucho.
El Lago Atitlán desde San Juan |
Al día siguiente montamos en una lancha para cruzar hasta Santiago. El mayor atractivo turístico del día, o así nos lo hicieron saber, era poder ver al Maximón. Este personaje con nombre de helado veraniego no es otro que una especie de santo/diablo muy venerado en Santiago y otras localidades chapinas de origen maya, y que casualidad, ese Martes Santo era visitado por una procesión de fieles que acuden a la cofradía a vestirle de cara a los días siguientes de Semana Santa y le llevan hojas de una planta concreta.
De vuelta a San Pedro, emprendimos uno de nuestros ya míticos viajes en bus de tropecientas horas para volver a Antigua y llegar a Ciudad de Guatemala por la noche. Nuestra experiencia en la capital no fue memorable... Salimos de la estación de buses sólo para encontrar un sitio en el que cenar algo, aunque todo el mundo nos advirtió que era peligroso. Dimos la vuelta a la manzana y no encontramos más que bares de mala muerte con borrachos en la barra, travestis en las aceras y coches corriendo de un lado para otro... Comimos lo primero que encontramos, y volvimos a la estación para emprender viaje nocturno hasta Flores.
En el viaje intentamos dormir, no sin antes escuchar las indicaciones del chófer: "Si necesitan hacer "UNO", pueden usar el baño del bus; si necesitan hacer DOS, por favor, avísenme y pararé en la carretera para que puedan bajar a hacerlo fuera"... Toma eufemismo escatológico!
Llegamos a Flores sobre las 6 de la mañana, y aún con legañas en los ojos, nos enfrentamos a un montón de conductores y taxistas que nos ofrecían llevanos a albergues o a Tikal. Después de resistirnos, a la media hora acabamos aceptando la oferta de uno de ellos... quien finalmente nos dejó tirados. En fin...
Al rato fuimos hasta las ruinas mayas de Tikal, un lugar impresionante que recorrimos gracias a la inestimable ayuda de nuestro guía Nectalín, o Naftalín, o Nectarina... nunca nos quedó muy claro su nombre. El caso es que recorrimos buena parte de sus piramides, conocimos su historia, escalamos a algunas de ellas, descubrimos que hay casi otras tantas por restaurar y rescatar bajo montañas de vegetación, y desafiamos a la gravedad subiendo por algunos lugares en los que, estoy convencido, tiene que haber muerto gente por la seguridad nula que existe...
A la noche dimos una vuelta por una zona que bautizamos como "El Paseo Marítimo" de Flores y que nos encantó porque, de nuevo, nos dimos cuenta de lo que echamos en falta andar con esa tranquilidad y junto al agua en Tegus... Y al día siguiente, viaje maratoniano de nuevo para recorrer medio país y llegar hasta Semuc Champey. Lo cierto es que el trayecto no se hizo nada largo, porque por el camino atravesamos zonas verdes, rodeados de árboles y casi selva por todos lados, y subiendo por carretera a tanta altura como para no atrevernos a mirar por la ventanilla y comprobar que estábamos rozando los barrancos con la rueda...
Pero el verdadero deporte de aventura llegó en Samuc, un enclave natural que fue probablemente la mejor parte de todo el viaje. Para empezar, nos alojamos en un lugar que reúne cabañas en plena naturaleza. Sin agua caliente, sin luz a partir de las 10 de la noche, rodeado de animales, a un paso del río e ideal para desconectar y volver a los orígenes...
Samuc te ofrece mil oportunidades. Nosotros optamos por tirarnos sobre un neumático por el río Cahabón, bañarnos en las pozas naturales de agua turquesa que surgen sobre el agua (Semuc Champey significa 'donde el río se hunde o desaparece') y meternos a explorar las impresionantes cuevas Las Marías, en las que una vela encendida en la mano te ayuda a desplazarte por su interior, nadar, y subir y bajar escalas de cuerda. Increíble.
Tras esta experiencia, la locura del viaje de vuelta nos lo tomamos con mucho mejor humor. Y menos mal, porque al estar en Sábado Santo, nos encontramos con que la mayoría de transportes que teníamos pensado utilizar no tenían ya plazas libres... Pero haciendo gala de un tremendo grado de adaptación al medio y a las dificultades, conseguimos dar con conexiones que nos llevaron a nuestro próximo destino: Copán Ruinas. Antes, 'sólo' tuvimos que pasar el sábado montando en la friolera de 8 autobuses y shuttles. Récord absoluto!
Copán Ruinas está ya en Honduras, a muy pocos kilómetros de la frontera. Nuestra idea era visitar sus termas naturales o sus ruinas mayas (mucho más pequeñas que las de Tikal, pero igualmente impresionantes). Pero teniendo en cuenta que ya era nuestro último día de viaje, decidimos relajarnos y dejar el plan turístico para otro fin de semana. En su lugar, nos fuimos a dar un masaje, cargamos pilas, y emprendimos el viaje de vuelta a Tegucigalpa mucho más relajados y con la maleta llena de regalos, fotos y anécdotas.
Nos quedó pendiente visitar Río Dulce, pero estoy seguro de que habrá más oportunidades de volver al país porque Guatemala engancha... y mucho.
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