domingo, 24 de abril de 2011

De Guatepeor a Guatemala...

Los días de Semana Santa los he empleado en conocer parte de un país del que absolutamente todo el mundo me contaba maravillas: Guatemala. Y la verdad es que maravillas tiene un montón... Guate es un país lleno de colores, de naturaleza en estado puro, de tradiciones mantenidas a lo largo de los siglos, y de personas que -por lo general- están siempre más que dispuestas a echarte una mano y saludarte con una sonrisa.

Es envidiable la evolución que el país ha sabido realizar para atraer y convivir con el turismo, pero sin perder un ápice de su esencia. Así, es habitual escuchar por la calle alguna de las más de 20 lenguas de orígen indígena que siguen existiendo en el país además del español, o ver cómo muchísimas guatemaltecas -en los hombres no es tan frecuente- lucen orgullosas sus faldas y hipiles (blusas) tradicionales y llenas de colorido.



Mi viaje comenzó con el primero de una larga lista de maratones en autobús que nos depararía el viaje: Tegucigalpa-Antigua. Entre esas 15 horas de viaje, por supuesto, hubo que hacer la pertinente parada en la frontera, donde la desaparición de un puñetero papelito amarillo de mi pasaporte casi me obliga a pagar 150 dólares de multa... Después de marear un poco al policía y cansarle en un auténtico diálogo de besugos, me dejó pasar sin necesidad de tener que recurrir a la 'mordida' o propinilla... (aunque el hondureño que esperaba detrás de mí no puede decir lo mismo...).

Antigua es una ciudad con mucho encanto, repleta de catedrales y edificios coloniales que en algunos casos permanecen en ruinas desde que grandes terremotos casi destruyeran la ciudad en el siglo XVIII. Antigua es ordenada, un lugar por el que da gusto pasear, aunque sea a las 12 de la noche, y quizá precisamente éso fue lo que más nos gustó teniendo en cuenta que veníamos de Tegucigalpa y sus limitaciones por seguridad...


La ciudad recibe a muchísimos turistas, y eso se nota en los cientos de lugares impresionantes que encuentras para cenar o tomar algo. Tantas decoraciones y cartas de comida exquisitas nos hicieron difícil la tarea de elegir... Tras pasar la noche del viernes, el sábado lo dedicamos a nuestros primeros contactos con el mercadeo y sus regateos por conseguir un mejor precio (increíble cómo acabas comprando por menos de la mitad de lo que te piden inicialmente), a observar la panorámica de la ciudad desde el imponente Cerro de la Cruz o a contemplar las bellas alfombras de arena de colores que ya se preparaban de cara a los días de Semana Santa.

 
Vistas de Antigua desde Cerro de la Cruz

Preparando alfombras para Semana Santa

Nos quedamos sin hacer una excursión al Pacaya, un volcán activo donde supuestamente puedes ver ríos de lava a muy pocos metros de ti. El responsable del albergue en el que dormimos, en cambio, nos confesó que hacía más de un año que no se veía lava, y que en un día nublado como en el que estábamos, tampoco íbamos a disfrutar de las vistas desde lo alto... así que decidimos quedarnos paseando por Antigua. Si no hubiese sido por la pesadez del furor por el partido Madrid-Barsa que -también- llegó a Guatemala y a sus calles, el día habría sido casi perfecto :)


Al día siguiente salimos temprano en un shuttle (una pequeña furgoneta organizada para viajeros) hacia Chichicastenango, un pueblo que todos los domingos y jueves acoge un famoso mercado en el que puedes encontrar casi de todo y en el que resulta imposible no perderse entre su multitud de puestos y callejuelas.

 


La palabra que mejor define este mercado sería sin duda "color". El color que ves en sus telas y mantas tejidas a mano, en la ropa que visten los dueños de los puestos,en sus frutas y productos típicos, en multitud de piezas de artesanía como las llamativas máscaras de animales... Expertos ya en el arte del regateo, llenamos nuestras bolsas de cosas a muy poco dinero -a decir verdad, a excepción de Antigua, el resto del país es realmente barato... ese día comimos un plato por unos 20 quetzales (menos de 2 euros).


De ahí queríamos ir en dirección al Lago Atitlán, y para ello optamos por algo que algunos recomiendan no hacer: montarnos en un 'chicken bus'. Son buses que por delante casi parecen camiones y que están totalmente 'tuneados', pintados de millones de colores y adornados con luces que bien les podrían hacer pasar por barracas de un parque de atracciones de los años 80.



El caso es que la sabiduría popular dice que son algo peligrosos por lo rápido que los conducen los chóferes por unas carreteras repletas de curvas... y doy fe de que así es. De todos modos, el viaje fue tan divertido, con tantos baches, tantos empujones y tantos saltos, que no nos importó ni el hecho de ir como sardinas en latas y de ver cómo había gente que se sentaba incluso en el hueco del pasillo, sostenido casi en el aire entre los asientos de uno y otro lado.

El espacio bien aprovechado, también en el pasillo
Tras montar en unos cuantos buses distintos en dirección Panajachel, llegamos a Atitlán, un lago realmente enorme y espectacular rodeado de tres imponentes volcanes. De hecho, se dice que el propio lago es un enorme cráter que fue llenándose de agua hasta convertirse en lo que es hoy. Montamos en lancha para ir a uno de los muchos pueblos que rodean el lago (casi todos con nombre de santos): San Pedro La Laguna.




En teoría, es el pueblo que tiene un ambiente más bohemio, aunque lo más parecido que encontramos fue unos hippies vendiendo manualidades en algún puesto ambulante... por no oler, no olía ni a marihuana, así que ya me diréis. Lo que sí nos llamó la atención fue la cantidad de símbolos de Israel que encontramos por sus calles. Más tarde nos enteramos de que ese día había una especie de mega-kedada por la que más de 150 judíos se habían reunido en el pueblo para hacer una cena de celebración.

Lo cierto es que San Pedro es un pueblo agradable, en el que además de la zona más acondicionada para el turista -los bares y restaurantes con terrazas mirando al lago que hay junto al puerto-, también tiene su parte más auténtica como la plaza de la catedral o el mercado en el que puedes encontrar los alimentos y animales más pintorescos.



Nosotros no tardamos ni 10 segundos en plantarnos el bañador e ir corriendo al lago para darnos el primer baño del viaje. La mejor zona que encontramos fue un lugar en el que mujeres bañándose sin camiseta compartían espacio con otras que lavaban su ropa en el agua. Al día siguiente, sin embargo, encontramos otro lugar más escondido, entre rocas, en el que bañarse y tomar el sol fue uno de los grandes placeres del viaje. Lástima de la presencia de mirones pajilleros en el lugar... pero eso ya es otra historia.



(El viaje sigue en el próximo post...)

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