jueves, 10 de febrero de 2011

Tres semanas y dos países: El Salvador

Es curioso cómo cambia la concepción del tiempo y del espacio, en función del lugar en el que estés. En mi vida anterior, nunca me habría planteado meterme 7 horas de autobús entre pecho y espalda para hacer un viaje de fin de semana. Aquí, donde la mayoría de carreteras decentes que hay se encuentran en obras, es un plan de lo más normal porque da la impresión de que todo queda lejos (en tiempo, que no tanto en espacio). Así que una vez me convencieron de ello, me apunté el fin de semana pasado a un viaje relámpago a El Salvador.

Llegar al autobús fue ya toda una odisea. Primero, porque el taxista no tenía ni idea de dónde estaba la parada, pero eso no lo supimos hasta el final... Y es que nuestro taxista, como buen hondureño, nunca nos reconocería que estaba más perdido que el carro de Manolo Escobar. Pero sobre esa tendencia de los catrachos a no admitirte nunca que no saben de lo que les estás hablando, ya me explayaré otro día... También sobre su afición por tomarse las cosas con tanta calma, tanta, como para tardar unos 25 minutos en conseguir que nos vendieran los billetes. Menos mal que el bus, por supuesto, nos esperaba sin prisa... take it easy, brother...

San Salvador es una capital como tantas, con sus conductores mercenarios, su tráfico imposible, su invasión de centros comerciales, su clima de inseguridad nocturna... Sí me pareció relativamente más ordenada que Tegucigalpa -donde orientarte en sus calles es misión imposible-, y bastante más cara -como manda la presencia del dólar como moneda nacional-. Llamativos también sus carteles por todas partes con fragmentos de oraciones y Gracias a Dios varios...

Pasamos de la ciudad y bajamos al sur para volver a disfrutar del Pacífico por segunda semana consecutiva. A menos de 40 km. llegamos al Puerto de la Libertad, en el que su parte más moderna y turistica contrasta con el mercado de pescado más auténtico, y sobre todo, con unas piezas de tamaño XXL que no animaban a acercarse demasiado... por si acaso.


En esta parte también hay un montón de lugares donde comer, repletos de mesas, y en los que un buen número de salvadoreños hacen su plan de fin de semana comiendo el pescado y marisco más fresco. Nosotros nos montamos un menú a base de ostras y cebiche, una especie de salpicón de marisco, pescado, pimiento y más cosas ricas con un aliño de limón... rico, rico. Se me quedaron por probar las tradicionales pupusas salvadoreñas, que son tortillas de maíz gruesas rellenas de queso, frijoles u otros ingredientes. No sé si estarán tan buenas como las baleadas hondureñas...



Después fuimos a Playa El Tunco, un punto de atracción para surfistas y con un ambiente muy interesante con sus chiringuitos y puestos pseudo-hippies en la zona. Su imagen más característica es la de la enorme roca frente a la costa, y a la que nosotros nos acercamos demasiado por la tremenda corriente y fuerza que tenía el agua...

Por cierto que es curiosa la imagen de ver a los salvadoreños/as bañándose con algunas prendas de ropa puesta, y que supongo deja clara la doble moral de parte de esta población que después no tiene reparos a la hora de salir casi en pelotas a tomar rones y frotarse en pleno perreo... En fin. Después de que la marea hiciera de las suyas y se llevara la mitad de nuestras cosas (hay una Blackberry que creo nunca volverá a ser lo que era), la arena oscura literalmente desapareció y El Tunco quedó a merced de los surfistas de la zona.


Y para rematar ese día pseudo-hippy, acabamos en un concierto en San Salvador de The Skatalities, un grupo jamaicano al que se define como uno de los pioneros en su género. Así que ahí estuvimos, saltando y bailando ska y reggae, y disfrutando por una noche de algo que se saliera de la salsa, el merengue, la bachata y la punta que me persiguen a todas horas desde que llegué. Entre el público, personajes bien curiosos: desde los típicos grupos de chavales con los pañuelos en la cabeza, tatuajes y todas las características de las 'maras' o pandillas más chungas de cualquier película, hasta otros que iban uniformados a su aire y dándolo todo.

Antes de viajar a Honduras, me regalaron un disfraz de pandillero con tirantes que podría parecerse a éste... Hey! hablo del tío, no de la rubia de la izquierda...
La verdad es que todo el mundo disfrutó de la música del grupo y de la impresionante voz soul de una cantante a la que bien podrían estar viendo sus nietos o biznietos sobre el escenario. Y tras algo de salida nocturna por los garitos más cutres y por los lugares más 'fresa' o pijos de San Salvador, volvimos de vuelta para Tegucigalpa. A mitad de camino en el viaje, parada obligada en la aduana y bajada del autobús al aviso de: "a ver, los españoles, todos fuera!". No sé si me reí más con ese grito o con el de un hondureño que viajaba con nosotros y nos dijo: "Joderos, a mí me lo hacen siempre en Barajas...".

martes, 1 de febrero de 2011

Amapala o la isla del encanto

Además de su costa en el Mar Caribe, repleta de playas vírgenes, paraísos para bucear y arrecifes de coral en islas como Roatán o Cayos Cochinos, Honduras también tiene costa en el Océano Pacífico. Está al sur del país, en una zona conocida como Golfo de Fonseca flanqueada por El Salvador y Nicaragua a uno y otro lado. Aunque me aseguran que sus playas no tienen nada que ver con las del norte, el estar a poco más de dos horas de Tegucigalpa me animó a hacer mi primer viaje fuera de la capital este fin de semana. Salimos para Amapala.

Viajamos en... un bus de Irizar!!! Estamos en todos lados...
Ojo al cartel informativo...
Llegamos a Coyolito, y de ahí montamos en lancha. Nos aseguran al darnos el chaleco salvavidas que hasta ahora nunca ha habido incidentes, al menos con personas humanas. Qué bien.


Amapala, que hace años fue uno de los principales puertos del país, está formado por varios islotes y rocas y por la Isla del Tigre, hacia donde viajamos, presidida por su enorme volcán inactivo. Al llegar, recibimiento VIP con colgante incluído, como si estuviéramos en Hawai, y agarramos un moto-taxi o tuc-tuc para llegar al apartamento.

Puerto de Amapala

Francisco, el conductor que se convertiría en nuestro chófer particular durante todo el fin de semana nos asegura que, más que Isla del Tigre, a ellos les gusta llamarla "isla del encanto" porque todos los turistas suelen salir encantados... y algo tenía de razón. Nos ayudó a confirmarlo los paseos y el atardecer en Playa Grande, las cervezas y el pescado fresco degustado casi en la orilla, el paseo en barco rodeando la isla para ver los manglares en los islotes vecinos... Ah, y también para ver dando saltos a un par de metros de nosotros a varios delfines, que la verdad, vistos fuera del adiestramiento de un Aqua Park, son otra cosa...




En medio del paseo, un baño para probar por primera vez las aguas del Océano Pacífico, y darme cuenta por fin de que, pese a que no lo parezca, estamos en enero. También hubo tiempo para ver danzas tradicionales (comenzó como un corro de las patatas, pero el baile fue mejorando al final), o asistir a  la inauguración de un pub por la noche, con un rollo elitista que no nos gustó mucho, y en el que la música era casi peor que el habitual reggaetón, perreo, salsa, cumbia y punta a los que este país se empeña sin éxito en acostumbrarme...

Puesta de sol en Playa Grande
Amapala se prepara para atraer a más turistas, aunque lo mejor de las islas es,precisamente, que te puedes encontrar la tranquilidad que te falta en la capital. Vuelta para Tegucigalpa hecho polvo, pero desde luego que la semana se afronta mejor después de unos días así.