miércoles, 19 de enero de 2011

Las primeras 26 horas

Parecía que nunca iba a ser el día, pero finalmente llegó el 13 de enero. Montones de papeleos a última hora, despedidas y re-despedidas, momentos de congoja por el adiós en el aeropuerto... y, por fin, despegué con destino a Honduras. Sabía que todo lo que me esperaba iba a ser nuevo, que todo me iba a sorprender, porque la verdad, las pocas referencias que tenía hasta semanas antes sobre el país eran el golpe de Estado ocurrido en 2009, y como no, el mítico zarpazo de Federico Trillo que todo el mundo se encargaba de recordarme en cuanto se enteraban de mi destino durante los próximos meses...

De veras que el ala del avíon se veía infinita...
Sabía que el viaje no iba a ser lo más cómodo del mundo. Vuelo a Frankfurt, horas de espera y largas colas cargando todas las mochilas de mano que pude colar, vuelo a Panamá... pero antes, escala improvisada en Santo Domingo. Resulta que la mayoría de extranjeros del avión se bajaban para disfrutar con una de esas pulseritas de "all included" en República Dominicana. "Será media hora de espera", nos dijeron. Cuando nos acercamos a las dos horas y media allí metidos, el pasaje se empezó a poner nervioso... íbamos a perder las siguientes conexiones. Eso, y que aguantar tantas horas ahí metidos sin fumar debía ser más duro para los fumadores que la Ley Antitabaco de ZP... ¿El motivo? Que el WC se había estropeado, y no nos dejaban despegar hasta arreglaro. Vaya mierda, y nunca mejor dicho.

Mi primera incursión en la gastronomía local: Tajaditas (rodajas de plátano frito, el equivalente a nuestras Lays de Matutano) y un zumo de guayaba y piña
Al final salimos, tocó correr en Panamá buscando la siguiente puerta de embarque, pero llegamos a tiempo. En el avión a Honduras, otra sorpresa: hacemos también escala en San José (Costa Rica). Más que un avión, esto parece un autobús escolar con tanta parada para que baje y suba gente...  Y así, sin saber si ya era de día o de noche, con el móvil incapaz de localizar el horario del país en que me encontraba, me acerqué a Tegucigalpa. Por la ventanilla veía zonas de vegetación intercaladas con poblados de txabolas y vivienda precaria. Nos acercamos a una zona que está como protegida por los cerros y montañas de alrededor: Tegucigalpa es una especie de 'botxo' bilbaíno. Y así, a escasísimos metros (o esa impresión me dio) de viviendas y de coches circulando por carretera, tocamos tierra. Y luego se quejan de ruido los que viven en Loiu...

Home, sweet home...
Hacía 26 horas que cogí mi primer vuelo. Miré con curiosidad al salir del avión, no sabía lo que me podía encontrar. Tras tantas horas, el mundo bien podría haberse acabado. O podría haber llegado un apocalipsis zombie, como en 'The walking dead'. Pero no. Aunque lo más sorprendente, es que mi maleta llegó sana y salva a Tegucigalpa. Encuentro con mi nuevo jefe en el aeropuerto, primer viaje entre los atascos y el tráfico imposible de la ciudad, primera visita a un supermercado en el que no conozco el nombre de la mitad de frutas que veo... y acampo en mi pequeño apartamento, mi nueva casa a 8.483 km. de mi otra casa.

Y entre el cansancio, el jet-lag y las dudas sobre lo que me espera ahí fuera, me pongo a pensar y creo que ésta va a ser una buena experiencia...